Por Julio César Clavijo Sierra

 

3. El Don de Fe

 

La palabra griega que traduce fe es “pistis” y significa convicción, seguridad, certeza y dependencia en Dios (Hebreos 11:1). Es tener confianza en lo que Dios nos ha revelado en su Palabra y dar por hecho todas aquellas verdades, es estar fundamentados en la doctrina que es conforme a la piedad (1. Timoteo 6:3, 3:16), es comprender y aceptar que Dios fue manifestado en carne, por lo cual la fe está firme cuando recibimos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador (2. Timoteo 2:19).

 

Tenemos confianza en la Palabra de Dios por las profecías que se han cumplido, y sabemos que lo que aun falta por cumplirse se cumplirá, porque fiel es el que lo prometió (Hebreos 10:23, 11:11, 2. Corintios 5:7, Apocalipsis 21:5). El cielo y la tierra pasaran, pero no la Palabra de Dios (Mateo 24:35, Marcos 13:31, Lucas 21:33).

 

La fe genuina está basada en el Dios que se ha revelado en la Santa Escritura, y por eso la fe del cristiano se perfecciona en el conocimiento y asimilación de la Palabra de Dios. De ahí que la fe venga ya sea por oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17) y/o por escudriñar la Santa Escritura que es la que da testimonio de aquel Dios de amor que fue manifestado en carne como Jesucristo (Juan 5:39).

 

La fe verdadera está fundada en Dios, y no en los ídolos, en los amuletos o en las imágenes. Ni siquiera se trata de aquello que la filosofía de la Nueva Era ha llamado energía positiva o poder mental, pues el objeto de la verdadera fe no está en la capacidad mental del hombre, sino en el Dios omnipotente (Salmo 20:7).

 

Todos los verdaderos creyentes tenemos fe en Dios. Primero, tenemos esa fe salvadora que nos ha llevado a conocerle y aceptarle como nuestro salvador, y aunque sabemos que todavía no estamos en la morada eterna de los redimidos (la Nueva Jerusalén), lo damos por hecho, porque por fe andamos no por vista (2. Corintios 5:7, Romanos 1:17, Gálatas 3:11). Sabemos que nuestra salvación no es por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho sino por la misericordia del Señor Jesús, por el lavamiento de la regeneración [el bautismo en el nombre de Jesús], y por la renovación en el Espíritu Santo [el bautismo del Espíritu Santo] (Tito 3:5). Pero también sabemos que la verdadera fe produce obras de justicia, pues la fe sin obras es una fe muerta (Santiago 2:26). Los creyentes tenemos esta confianza en Dios, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye (1. Juan 5:14).

 

Después de esta reflexión sobre la fe, podemos pasar a definir el don de fe, como una medida extraordinaria de fe que opera un creyente (o un grupo de creyentes) para una necesidad especifica, en la cual la naturaleza o las posibilidades humanas no tienen ninguna oportunidad, y solo se puede esperar una acción sobrenatural de parte de Dios. Es una fe que permite obtener la victoria a pesar de que todas las circunstancias sean adversas.

 

Por ejemplo, el apóstol Pablo, tuvo fe para ser librado de la muerte, luego de ser mordido por una víbora muy venenosa, y no padeció daño alguno (Hechos 28:3-6).

 

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