Por Arlo Moehlenpah, D. Sc.

Cuando escribí mi libro “Creación Versus Evolución: Consideraciones Científicas y Religiosas”, estuve meditando en varios títulos posibles. Entre éstos se encontraban «Evolución – Engaño de los Siglos» y «¿Ha Sido Lavado el Cerebro por la Evolución?» No sé cuán comercial habría sido el libro con uno de aquellos títulos, pero todavía siento que esas frases tienen mucho mérito. Creo que la teoría de la evolución es un engaño con el que se ha lavado el cerebro de la gente, para hacerle creer que la teoría de la evolución se apoya en evidencia científica. En la mayoría de los consejos escolares y en los tribunales, se ha considerado el debate Creación Versus Evolución, como una cuestión entre Religión Contra Ciencia. Se ha  argumentado que la creación no se debe enseñar en las escuelas públicas, ya que es religión, pero que la evolución puede ser enseñada porque es ciencia.
 
Pero la teoría de la evolución no es científica. Es importante que sepamos qué es la ciencia y que seamos capaces de distinguir entre la ciencia y lo que es la falsamente llamada ciencia. Una definición típica de la ciencia es que es una rama del estudio concerniente con la observación y la clasificación de los hechos, especialmente con el establecimiento de leyes generales verificables, principalmente por la inducción y la hipótesis. Webster define la ciencia como «conocimiento sistematizado derivado de la observación, el estudio y la experimentación…» Podríamos observar en varios diccionarios y obtendríamos definiciones ligeramente diferentes, pero las palabras claves serán «observación», «experimentación», «verificable», «comprobable» y «repetible». En otras palabras, si no podemos observar, repetir, verificar o someter a experimentación, entonces no estamos hablando de ciencia. La evolución nunca se ha observado, repetido o verificado por medio de algún experimento. Por lo tanto, la evolución no es científica.
 
La teoría de la evolución de las especies, contradice leyes científicas conocidas, como la ley de la biogénesis, la ley de clases (o de tipos) y la segunda ley de la termodinámica. La ley de la biogénesis, es que la vida sólo puede venir de otra vida. La vida no surge de objetos inanimados. Esto es lo que observamos y lo que enseña la Biblia en Génesis 1, donde las diversas formas de vida fueron creadas para reproducirse. Tal vez el problema más difícil que enfrentan los evolucionistas, es el de ser incompetentes para presentar sistemas auto-replicantes que puedan formar vida desde la no-vida. Algunos evolucionistas proponen que comenzando por pequeñas moléculas inorgánicas como el agua, el metano y el amoníaco, y de algún modo por la oportunidad de ciertas reacciones químicas, se formaron aminoácidos.
 
Con el tiempo, estos aminoácidos se combinaron para formar las proteínas y las células dando origen a la vida. La idea de que los seres vivos pueden ser producidos de forma natural a partir de la materia inerte se llama generación espontánea, pero esta nunca ha sido observada, repetida o verificada, y por lo tanto esta idea no es científica. La ley de clases (o ley de tipos), es que la vida se reproduce según su especie. La frase: “según su especie”, se utiliza por lo menos diez veces en el relato de la creación (Génesis 1:11, 12, 21, 24, 25). Esto se aplica tanto a las plantas como al reino animal. Específicamente se mencionan hierbas, árboles, peces, aves, bestias y reptiles. Lo que esto significa, es que los árboles de pera producen peras y no plátanos ni micos. Las vacas tienen terneros y los caballos engendran potros. En otras palabras, «lo semejante produce lo semejante.» La teoría de la evolución contradice la ley de clases, al decir que una clase de animal evoluciona hasta convertirse en otra clase. La segunda ley de la termodinámica, demuestra que los sistemas dejados en libertad, y al propio curso espontáneo de sus manifestaciones particulares, probabilística y aleatoriamente tienden hacia un estado de mayor desorden.
 
Los huracanes no construyen edificios, las explosiones en depósitos de chatarra no construyen aviones y los terremotos no crean sistemas vivos. Los sistemas tienden a ir del orden al desorden. Esto contradice la teoría de la evolución, la cual supone que desde una serie de trastornos ocurridos en el mundo, las partículas evolucionaron con el tiempo a una forma de vida ordenada. La segunda ley de la termodinámica, también contradice la idea de que una gran explosión o Big Bang, podría haber producido por sí sola un universo ordenado. Para que un modelo ordenado sea producido, debe haber un diseñador y energía. El orden del universo y la complejidad de los organismos vivos, confirma la obra de un Creador Divino. Nuestro universo ordenado no podría haberse desarrollado a partir del caos. No hay excepciones a la segunda ley de la termodinámica. Los evolucionistas tratan de señalar que la formación  de los copos de nieve, el crecimiento de los árboles y el desarrollo de los embriones, son excepciones a la segunda ley.
 
Pero la forma de los copos de nieve y otros cristales, es predeterminada por los tamaños y las formas de los átomos, los iones y las moléculas que los conforman. Por ejemplo, si usted deja caer algunas canicas sobre un tablero de ajedrez chino, las canicas seguirían el patrón de acomodarse en las hendiduras del tablero. Este «desorden hacia el orden» en realidad no lo es en absoluto, sino más bien indica que las canicas están cayendo en un orden pre-diseñado. Del mismo modo, el orden de un árbol que crece o el de un embrión en desarrollo, han sido pre-codificados en las células de estos sistemas. Ambos, la creación y la evolución, son puntos de vista religiosos.
 
El problema no es de religión contra ciencia, sino de religión contra religión. Cualquier concepto con respecto a los orígenes (el génesis) no es científico, dado que los orígenes no fueron observados por los hombres y actualmente no se pueden observar, repetir o verificar. Los científicos sólo pueden hacer frente a la evidencia actual. La elección de aceptar la teoría de la evolución se convierte en una cuestión de fe, pues aceptar algo sin pruebas requiere de fe. Hebreos 11:1-3, dice: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve… Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.» Los cristianos creemos que Dios creó el universo, la vida y el hombre, mientras que los evolucionistas creen que el universo, la vida y el hombre de alguna manera evolucionaron sin dirección sobrenatural. La evolución no puede ser probada o demostrada, sólo puede ser creída. Teniendo en cuenta la majestuosidad, la belleza y la complejidad de la tierra y el universo, es relativamente fácil creer en la creación.
 
Pero para creer que la materia muerta puede crear vida, y sin tener alguna evidencia absoluta, se requiere fe de otro orden. Algunos creen que un huevo cósmico de energía, explotó para formar los elementos químicos, las estrellas, las galaxias y finalmente a las personas. Algunos incluso tienen fe para creer que la vida fue plantada en la tierra por una civilización desconocida proveniente del espacio exterior. Dado que la evolución no puede ser observada, repetida o verificada, no es más científica ni menos religiosa que la creación. Una persona fue cuestionada: «¿Por qué usted no es un evolucionista?» Su respuesta fue: «No tengo la suficiente fe para creer que las partículas se dispusieron por azar en una forma tan ordenada que conllevara a la vida.»
 
El celo de los darwinistas para “evangelizar” al mundo con su teoría, hace que esta también aparezca como una religión. Ellos ven la evolución como una luz que ilumina todos los hechos. Para ellos, la evolución es el dios al que adoran. Sin embargo, los cristianos reconocen que el gran Creador se convirtió en nuestro Salvador (Isaías 35:4, Oseas 13:4, Mateo 1:21-23), y que toda la plenitud de Dios habita en el cuerpo humano de Jesús (Juan 14:10, Colosenses 2:8-10). Jesucristo es la Luz del mundo (Juan 8:12) y el temor de Jehová es el principio del conocimiento y la sabiduría (Salmo 111:10, Proverbios 1:7, 9:10).
 

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